lunes, 15 de febrero de 2016

LOVE ARROWS

Lo prometido es deuda... aquí tenéis el relato que aparece en la II Antología RA, para que todos los que no pudisteis acudir al evento podáis disfrutarlo.





LOVE ARROWS





            Las flechas del amor no dejaba de sonar en mi cabeza. ¿Sabéis eso que pasa cuando escuchas una canción pegadiza que detestas y no puedes dejar de tararearla una y otra vez? Yo había conseguido que dejara de escucharse en voz alta, pero desde que había llegado a casa seguía sonando en mi interior.


            « Aquí está, viene ya tan feliz, con sus flechas de amor para ti, quizás también para mí, sí, también para mí.»


            ¡Qué horror! Lo peor era que mi cabeza y mis pies se movían al ritmo de mi música interior.


            Para bailes estaba yo. ¡Y para Cupidos! Qué flechas, ni que flechas… Igual sí que las traía para ti, pero lo que era para mí, seguro que no.


            Hacía milenios que no tenía una relación estable. Desde hacía un par de años, cada hombre con el que salía resultaba ser un fiasco total y absoluto. Pero no solo eso, es que, si había que ser sincera, ninguno de ellos me había gustado de verdad. El último hombre que me había vuelto loca no me había hecho ni caso. De hecho, creo que ni siquiera había llegado a saber de mi existencia. Trabajaba en mi empresa y era uno de esos tíos con carita de ángel que parecen sacados de un catálogo de moda. Eso sí, si te fijabas bien en él y en la expresión de sus ojos, te dabas cuenta que lo único que tenía de espíritu celeste era la belleza. Se veía a la legua que era un cabrón de manual y, aunque yo no lo sufrí en mis carnes, si lo hicieron muchas de mis compañeras. Nunca supe cómo se llamaba, pero estaba  total y completamente loca por él.


            «Esas flechas van contigo donde quiera que tú vas, están entre tu pelo y en tu forma de mirar.»


            Nada, que no me iba a quitar la dichosa canción de la cabeza ni con aguarrás.


            Encendí la televisión pensando que quizás eso me distraería y me haría pensar en otra cosa, pero no tuve esa suerte: Karina apareció en pantalla y no, no estaba cantando El baúl de los recuerdos. Estaba algo mayor y desmejorada, pero ahí seguía, en un programa de sobremesa, cantando las malditas flechas.


            ¿Es que los astros se habían conjugado en mi contra? Estaba claro que todo aquello no era una casualidad. Apagué la tele de golpe y encendí la radio, así sabría si todo era fruto del azar. O no.


            «Son las flechas que se clavan una vez y otra vez más, esas flechas van contigo donde quiera que tú vas.»


            Pegué un brinco del susto al escuchar los puñeteros acordes y, entonces, lo vi.


            Vale, estaba claro que las casualidades no existían.


            Era un hombre guapo, muy guapo, y de aspecto angelical. Tenía la piel clara, los ojos azules y el cabello rubio. No tenía alas, pero en la mano derecha sostenía algo que se parecía sospechosamente a ¿un arco con flechas?


            «Las flechas del amor», no pude evitar pensar irónicamente.


            Se acercó a mí muy despacio y yo estaba tan asombrada que fui incapaz de abrir la boca. Me quedé ahí, muda, como un pasmarote, y eso que lo lógico hubiera sido decir algo, porque la situación era de todo menos normal.


            Me resultaba familiar, pero no vislumbraba sus facciones con claridad porque estaba rodeado de un aura brillante.


            ¡Dios! ¿No sería San Valentín? Volví a observarlo con detenimiento y, aunque, tenía aspecto de criatura celestial, su mirada era demasiado sexi e intensa como para ser la de un ángel. Y, además, ¿por qué de repente hacía tanto calor en mi salón? A ver si en vez del cielo, venía del infierno...


            —Soy un cupido —dijo hablando por primera vez y leyéndome el pensamiento—. Y no... no soy ningún santo —continuó con una sonrisa que hizo que un cosquilleo recorriera todo mi cuerpo.


            —Entonces, ¿San Valentín? —pregunté sin saber muy bien cómo habían salido las palabras de mi boca.


            —Ese sí es un santo. O al menos es lo que piensa él. Podría decirse que es mi jefe. Cada cupido tiene a su cargo una persona y él es quien las asigna. Por eso estoy aquí.


            Tragué saliva. Todo era demasiado fantasioso para ser cierto. ¿Me habrían metido algo en el café que me había tomado en el bar antes de subir a casa?


            —No estás soñando. Soy tu cupido. El encargado de hacer que encuentres el amor verdadero.


            No pude evitar soltar un bufido y una risotada irónica.


            — ¡Pues no lo estás haciendo muy bien!


            — ¿Yo? —Enarcó las cejas—. Piénsalo bien, pero la lista de fiascos amorosos que has acumulado en los últimos años no ha sido culpa mía. Lo único que he hecho ha sido salvarte de una relación fracasada por otra.


            —Y, ¿cómo te llamas? —pregunté para desviar la conversación. Lo único que me faltaba era que el que se suponía que tenía que dar solución amorosa me dijera que el problema era mío.


            —Ángel.


            —Muy apropiado —repliqué.


            Él soltó una carcajada y enarcó las cejas: — ¿En serio crees que ese es el apelativo que más me va, Isabel? Yo no soy ningún ángel —susurró acercándose peligrosamente a mí.


            Cerré los ojos para no verlo. Su presencia me estaba poniendo demasiado nerviosa y necesitaba pensar con claridad. Sin embargo me resultaba muy difícil hacerlo porque pese a no verlo, lo sentía a mi alrededor: su aliento sobre mi nuca, su voz resonando en mi oído y sus manos posándose con delicadeza sobre mis caderas. ¿Cómo podía ser corpóreo si no era humano? No lo sabía, sin embargo, así era.


            Suspiré y mi cuerpo se estremeció una vez más.


            ¿Cuánto tiempo hacía que ningún hombre me provocaba eso? Justo desde que... ¡No! ¡Eso sí que no podía ser vedad!


            Me aparté de él de golpe y me alejé, pero Ángel se aproximó a mí de nuevo y, cogiéndome del mentón me obligó a mirarlo de cerca. Con esa proximidad, apenas percibía la bruma dorada que lo envolvía, y pude examinar sus rasgos. Unos rasgos que me resultaban muy familiares y que, justo, hacía dos años que no veía.


            — ¿Es que no me recuerdas?


            Di un paso atrás, pero él alargó la mano y me sujetó de la muñeca.


            —No te asustes. No soy un fantasma, o al menos eso creo.


            —Pero, ¿cómo?


            Él sacudió la cabeza al tiempo que me miraba con cariño y acariciaba mi media melena castaña y sonreía nostálgico.


            —No lo sé, preciosa. No sé cómo sucedió. Aunque sí sé lo que pasó antes —me explicó—. Entré a trabajar en tu empresa y recuerdo que me fijé en ti el primer día.


            ¿En mí? No era posible. No habíamos hablado ni una sola vez y sabía de muy buena tinta que había tenido aventuras con varias de mis compañeras... me estaba tomando el pelo.


            —Sé lo que piensas —murmuró agachando la cabeza—, y tienes razón, pero tuve mis razones para hacerlo —hizo una pequeña pausa para coger aire—. Eran buenas razones, aunque ahora sé que me equivoqué.


            —No te entiendo —afirmé con sequedad.


            Recordaba cómo lo había visto ligar con media oficina y como a mí no me había dirigido más que miradas de reojo, y eso que durante meses yo no había despegado mis ojos de él. ¿Era posible que hubiera algo de verdad en sus palabras?


            —Me habían diagnosticado un cáncer y decidí que lo mejor sería no empezar nada serio. No acercarme a nadie que me interesara de verdad. Para no sufrir y que no sufrieran. Mejor dicho, para que no sufrieras. Era terminal y no sabían cuanto tiempo me quedaba. Elegí no tratarme y me dediqué a —se encogió de hombros— vivir la vida loca, como diría Ricky Martin. Solo que no supe que lo que había hecho era desperdiciar lo que me quedaba de vida hasta que desperté reconvertido en este ser que soy ahora.


            — ¿Desperdiciar?


            —Sí. Porque ahora estoy condenado a ser tu cupido hasta que encuentres el amor verdadero —apretó los puños con rabia—, y puedo asegurarte que no voy a consentir que eso pase.


            Furiosa, al escuchar que nunca iba a enamorarme y ser correspondida, le pegué un empujón en una arranque de ira.


            — ¿Por qué no vas a dejarme ser feliz? —Me había ignorado durante meses, había arruinado mis posibles relaciones y ahora amenazaba con no dejarme encontrar el amor nunca.


            Él me miró con ojos relampagueantes.


            — ¡Joder, Isabel! ¿No lo entiendes? Estoy enamorado de ti. Y, aunque impedir que otro hombre se enamore de ti suponga una condena eterna, atrapado en esta especie de limbo del amor, cumpliré con gusto mi castigo antes de verte en los brazos de otro.


            Lo miré con tristeza. Su condena también era la mía: una vida sin amor.


            Ángel se acercó de nuevo a mí y me secó las lágrimas que habían empezado a correr por mis mejillas al asimilar mi destino.


            —Lo siento.


            Su mano se quedó pegada a mi piel y el calor de su tacto me reconfortó. Desee que me besase. Quería sentir sus labios sobre los míos. Era algo con lo que siempre había soñado. Al menos me merecía eso.


            —Bésame, Ángel. Dame ese premio de consolación.


            Sus ojos se encendieron y, sin decir una palabra, se abalanzó sobre mí, estrechándome entre sus brazos y devorándome con sus labios. Era un beso ardiente y pasional, pero que me caló tan hondo que fue como ir al cielo.


            Estaba claro que Ángel provocaba en mí extrañas contradicciones.


            Cuando separó su boca de la mía, supe que nunca volvería a sentir lo que él me había provocado y que valía la pena estar sola, porque me había dado un beso que recordaría toda mi vida.


            De pronto, al aura que lo envolvía empezó a desaparecer y el tono de su piel dejo de resplandecer, adquiriendo una apariencia menos divina y más mortal.


            —Condenado a ser un cupido hasta que encuentres el amor verdadero... —repitió para sí, entre asombrado y feliz al darse cuenta de lo que estaba sucediendo


            El arco y las flechas se esfumaron de entre sus dedos y Ángel volvió a ser humano.


            Esbocé una pequeña sonrisa y esta vez fui yo la que me acerqué a él para besarlo. Lo devoré con ansia, borrando todo rastro de su existencia como cupido y recuperando a la persona a la que había amado en secreto durante tanto tiempo.


            Las flechas del amor me habían alcanzado por fin.


           

miércoles, 6 de enero de 2016

UNA NAVIDAD DE ASFALTO





—¡Ahí va la hostia! —grito cuando una de las personas que compone la marea de gente que se avalancha hacia mí me pega un fuerte codazo—. ¡Joder con…! —no tengo tiempo de terminar la frase porque una avalancha igual a la anterior, pero que se mueve en dirección contraria me obliga a seguir avanzando. No puedo detenerme. Si me paro, moriré engullido.
            Claudia se gira hacia mí y me coge de la mano, obligándome a seguir su ritmo. ¿Quién me mandaría  mí meterme en la calle Colón un día festivo cuando las fiestas navideñas están tan cerca? Odio las aglomeraciones.
            Entonces la veo sacar barriga. Esa que empezó a crecer hace casi cuatro meses y que todavía no es perceptible para todo el mundo, y menos cuando llevas encima más capas de ropa que una cebolla. Pero ahora Claudia la saca. Luce orgullosa su barriga de embarazada y, de pronto, es como si Moisés abriera de nuevo las aguas del mar, porque la gente empieza a dejarnos pasar.
            Claro, cómo no hacerlo, es una barriga traída de la Gran Manzana. ¡Neoyorquina me tenía que salir la criatura! Si es que… lo dicho: ¡quién me mandaría a mí! Esperemos que al menos sea un hombrecito, porque mujer y de la jungla de asfalto, ¡no lo quiero ni imaginar!
            Aprovecho y cojo aire ahora que me han dado un respiro y puedo caminar con algo de holgura.
            No puedo soportar esto de las compras navideñas, me pone de muy mal humor. ¿Quién puede pensar que ya casi estamos en Navidad con estos calores? Lo de la temperatura de Valencia no es ni medio normal… Me gustaría quitarme algo de ropa, pero tengo las manos ocupadas porque Claudia ha empezado a darme bolsas conforme hemos ido recorriendo las tiendas y parezco un perchero.
            Un perchero sudoroso. Está claro que lo de ir por la calle Colón aseado y limpio no es lo mío. Esbozo una sonrisa al recordarme a mí mismo con el mono azul maloliente. Esto no es lo mismo, pero aun así, me gustaría ir a casa y darme una ducha. Estoy reventado.
            De reojo observo que Claudia se ha puesto unos zapatos que se compró en el viaje. Manolo dice que se llaman. ¡Menuda horterada de marca! A mí me recuerdan a los que dan las noticias de los deportes en Cuatro... Lo más incomprensible es que ella no esté cansada de caminar sobre esos zancos.
            De pronto se detiene en seco a mirar un escaparate y me pilla tan de improviso que freno la marcha de golpe y los paquetes que, además de las tropecientas bolsas que llevo colgando, sostengo con las manos amenazan con salir por los aires. Mantengo el equilibro y los sujeto con fuerza, evitando el desastre.
            —¡Joder, Claudia! Vámonos a casa... estoy molido y tú deberías descansar.
            Ella me mira, sonríe y, con esa calma feliz que la ha invadido desde que se enteró de que estábamos embarazados, me dice: —Está bien, chicarrón.
            La dulzura de sus ojos me cala muy hondo y no puedo por más que alegrarme por haber renunciado a mi vida en Navarra para estar a su lado. Va a ser una madre maravillosa. Es cierto que hay momentos en los que añoro mi antigua vida, pero estar a su lado lo compensa todo.
            Hasta la mierda esta de las aglomeraciones en Navidad.
            Uf, no puedo evitarlo, en estos momentos sí que pagaba por irme unos días al norte... tanta compra, tanto calor, tanto Papá Noel y tantos Reyes Magos, ¿dónde está el Olentzero, coño?  Cómo echo de menos la nieve, las vacas y la paz del campo. Y además, lo bonito que sería pasar unos días con Claudia encerrados en el caserío, escuchando el crepitar de la chimenea y...
            ¡Qué gran idea!
            Cuando llegamos a casa me encierro en el cuarto de baño mientras Claudia organiza las compras y marco un número de teléfono que me sé de memoria.
            —¿Miren?
***
            —Arturo, ¿en serio es necesario que vayamos a Navarra? Son casi las siete de la tarde, se nos va a hacer de noche por el camino y ¡es Navidad!
            Acabamos de salir de casa de mis suegros, de pasar el día 25 con ellos, con mi cuñada y el resto de familia política y justo cuando hemos subido al coche para volver a casa me ha llamado Juancho por teléfono.
            —Lo siento cariño. El veterinario está de viaje y hay una vaca a punto de parir. Sabes que lo he dejado todo por ti, pero si hay una emergencia he de ir a solucionarla. Miren y Juancho no pueden ocuparse de eso.
            —¡Pero si son navarros! —gimotea haciéndose la indignada.
            —Sí, un navarro que ha trabajado toda su vida como director en una oficina de banco y una navarra ama de casa que ahora se dedican al turismo rural, no a la ganadería. Tenemos que ir, lo siento. Es nuestra responsabilidad.
            —Mañana era la comida con...
            —Lo sé —la interrumpo—. Pero esto es importante.
            —Está bien, lo entiendo. Pero deja que pasemos por casa aunque sea un momento a por algo de ropa. Seguro que allí hace frío y no quiero morir congelada, que ya sé cómo te las gastas con el tema de la calefacción... —murmura guiñándome un ojo.
            —Está bien —accedo.
            Una hora más tarde salimos de casa cargados como mulas, como si fuéramos a pasar un mes allí y no puedo más que volver a preguntarme si no será capaz realmente de leerme la mente. Desecho la idea y me digo a mi mismo que lo único que pasa es que es incapaz de salir de casa sin cuarenta mil historias.
            El coche avanza por el asfalto y ya casi me froto las manos al pensar que pronto abandonaremos el asfalto para adentrarnos en los bosques de hayedos. Casi estoy en casa.
            Cuando llegamos, aunque es tarde, Miren y Juancho salen a recibirnos. Miren se abalanza sobre nosotros, como si hiciera más de un año que no nos viera, cuando en realidad estuvimos por aquí hace dos meses.
            —¡Qué delgaduchos que estáis! Pasad, que os he preparado algo de cena.
            —Quita, quita Miren, hoy ha sido Navidad y no sabes cómo hemos comido —dice Claudia llevándose la mano a la boca—. Además, creo que tengo nauseas.
            —¡Bobadas! Un poquito de queso y unos pimientos del piquillo y se te pasará en un santiamén.
            Juancho encoge los hombros divertido mientras Claudia le fusila con la mirada. Los dos saben que no hay nada que hacer cuando de Miren se trata, así que nos sentamos a cenar con ellos y me siento feliz al ver a Claudia comer y charlar alegremente.
            De repente, se queda callada.
            —Oye, ¿y la vaca que va a dar a luz? —inquiere mientras nos mira, suspicaz.
            Me pongo en pie, reaccionado con rapidez mientras me limpio la boca con la servilleta.
            —Sí, sí, a eso iba, justo ahora...
            —¿Quieres que te acompañe? —una vez más, me viene a la mente un recuerdo del pasado y sonrió al recordarla en pijama, sin maquillaje y con aquella trenza ayudándome en el nacimiento de aquel ternerito.
            —No te preocupes, quédate con Miren. Voy a ver cómo va la cosa y luego te digo algo.
            Salgo fuera para disimular y Juancho me sigue.
            —¿Lo tenéis todo preparado?
            Se ríe por lo bajo y asiente con la cabeza.
            Bien... estas sí que van a ser unas fiestas memorables.
            Cuando vuelvo al caserío Claudia está durmiendo a pierna suelta. Desde que se quedó embarazada es como una marmota y se va quedando dormida por las esquinas, pero pienso ponerle remedio a eso estos días.
            Miren y Juancho nos han preparado el piso de arriba del caserío. Justo en el que Claudia vivía cuando era mi inquilina.
            Me tumbo a su lado y la abrazo, acariciándole su prominente barriga. Caigo rendido yo también. Nos esperan unos días fabulosos.
***
            Al día siguiente, parece como si el tiempo se hubiera puesto de mi parte, porque afuera está todo nevado. Me asomo y trato de abrir la puerta que da al prado. Bien, aunque no hay mucha nieve está atrancada. Lo mismo con la que da al resto del caserío. Descuelgo el teléfono: todo correcto. No hay línea. Compruebo el móvil: sin 3G. Junto a la chimenea: reservas interminables de leña y unas mantas de lana sobre el sofá. Abro la nevera: comida para alimentar a un regimiento, incluidas uvas para la Nochevieja.
            «No se sabe cuanto puede durar el temporal», me digo a mí mismo mientras me froto las manos.
            Afuera nieva, pero los efectos del temporal más bien los han provocado Miren y Juancho.
            Cuando Claudia se despierta viene directa al salón y me encuentra encendiendo la chimenea. Lleva el pelo revuelto y un camisón de manga larga que, a consecuencia de la barriga, le queda más corto de lo habitual. Lleva unos gruesos calcetines navideños en los pies y está más sexy de lo que nunca imagine que una mujer embarazada podría estarlo.
            —¡Ahora, Juancho! —grito.
            La luz se va de pronto y ella me mira confusa.
            —¿Qué es lo que está pasando aquí? —inquiere.
            Yo me acerco a ella y la arrastró hasta el sofá, donde la obligo a sentarse y me dispongo a empezar a quitarle la ropa.
            Noto como el vello de su cuerpo se eriza al sentir el tacto de mis manos.
            —Ya no soportaba esa Navidad de asfalto —le confieso al oído—. Necesitaba volver unos días y volver a estar juntos como cuando nos conocimos así que...
            —...así que llamaste a Miren y Juancho y organizaste la farsa del ternerito, ¿no es así? —replica sería.
            —Sí. Lo siento. Quería sentir la tranquilidad, el aire frío y...
            —Yo se lo que querías, Arturo —continúa con el mismo tono frío y seco.
            —Cariño, no quería disgustarte, es solo que...
            —Deja ya de poner excusas. —Me corta y yo me quedo parado, hasta que veo que se le escapa una risa y respiro aliviado.
            —Chicarrón, admítelo, lo que tú querías era jugar a las tinieblas —susurra al tiempo que hunde la cabeza en mi cuello y empieza a besarme.
            Ahogo un gemido y soy incapaz de confesarlo.
            —Podías haberlo pedido como regalo de Reyes —continúa, entre risas.
            Meto la mano por debajo de su camisón y esta vez soy yo el que hago que ella se estremezca.
            —Chica de asfalto, ya sabes que yo soy más del Olentzero. No podía esperar al seis de enero.
***
­            Juancho se lleva las manos a la cabeza. —¡Dios! La insonorización de esta casa es pésima... ¿hasta cuando vamos a tener que escuchar a los tortolitos?
            —Me parece que Arturo tiene intención de que el temporal dure, como poco, hasta Año Nuevo.
            —Pero, ¿y qué vamos a hacer nosotros mientras?
            —No te preocupes. Lo tengo todo controlado. Me he leído un bestseller que nos va a venir muy bien para este temporal. —replica Miren al tiempo que saca unas esposas de detrás suyo y una botella de sidra—. Las cincuenta sombras de Juancho.

     

lunes, 23 de febrero de 2015

Un chicarrón del norte

Buenas noches, quiero inaugurar la reapertura de mi blog con un pequeño regalito para los que habéis leído Una chica de asfalto. Siempre nos preguntamos que pasa con las parejas de nuestras novelas cuando estas terminan, pues bien, yo he querido ir un poquito más allá e imaginarme a mis chicos un poco (solo un poco, jejejeje) más mayores. 

¡No lo leais si todavía no habéis leído mi novela!

¡¡SPOILERS!!

Un chicarrón del norte

Miro a través de la ventana de mi dormitorio y disfruto de sus vistas a la ciudad. Fijo la mirada en el asfalto. Voy a echarlo de menos, aunque sé que esto es lo menos que puedo hacer por esa persona que me ha dado la felicidad a lo largo de todos estos años. Además, si lo hice una vez, puedo volver a hacerlo.
—Chica de asfalto, es hora de irnos ya si no quieres que cojamos tráfico.
Suspiro. Ha llegado el momento y no puedo echarme atrás. A pesar de la tristeza que siento por dejar mi Valencia, sonrío al pensar que vamos a revivir los días en los que nos conocimos y, escuchar a Arturo llamarme chica de asfalto, cuando ya de chica tengo poco hace que sienta un hormigueo en el estómago.
Sí, todavía siento ese hormigueo cuando estoy a su lado. Nunca he dejado de sentirlo.
—Ya voy, cariño.
—Anda, no te pongas que melancólica que volveremos para pasar la Navidad y, en unos días tendrás a los nietos correteando por el caserío.
Hace un mes que cumplí los 65 y me he jubilado. Al no trabajar, ya no había motivo que nos obligase a vivir en la ciudad y mi chicarrón del norte echa de menos los prados y los bosques de hayedos, por no hablar de las vacas, la tranquilidad y los cielos estrellados. Demasiados años en la ciudad para alguien como él. Sé que ha sido feliz por estar a mi lado, pero se lo debo. Se lo debo porque lo dejó todo por mí.
Nuestra nueva vida consistirá en regentar el caserío, el que Miren y Juancho reconvirtieron en casa rural, pues los dos están ya mayores y no pueden aguantar tanto tute y, aunque hay empleados para la ganadería estoy segura de que Arturo se ocupará de ayudar a las vacas a dar a luz, porque le pueden los terneritos. Está muy ilusionado con la vuelta a Navarra. Y yo, como veo ese brillo en sus ojos, también.
—Tienes razón —admito—, en unas semanas los chicos comenzarán las vacaciones y estaremos juntos de nuevo.
Arrastro las maletas hasta la  puerta y bajo las persianas. La casa permanecerá cerrada una temporada. Salimos en silencio y, cuando nos metemos en el ascensor, mi chicarrón me da lo que aquí llamamos una “palmaeta al cul”. Me mira picarón y no puedo evitar que se me escape la risa. A estas alturas de la vida y seguimos así... Somos afortunados.
Me siento en el asiento del copiloto mientras Arturo carga nuestros trastos y repaso mentalmente los acontecimientos que hemos vivido juntos a lo largo de este tiempo: nuestro primer año juntos y separados por la distancia, la boda, el viaje de novios a la jungla de asfalto, la añoranza que Arturo sentía por su tierra,  nuestro primer hijo, la inauguración de una tienda de productos Navarros que montó mi chicarrón, nuestro segundo hijo, viajes, comuniones, graduaciones, alguna que otra enfermedad, las bodas de nuestros pequeños, ahora ya no tan pequeños, la primera nieta  y la llegada de los que vinieron después, la jubilación...
Toda una vida juntos. Con sus buenos y sus malos momentos, pero no ha habido un solo día en que Arturo no me haya hecho sonreír. 
Eso es el amor verdadero.
Se sube al coche y lo pone en marcha. Salimos del garaje, cruzamos la ciudad y salimos a la carretera. Miro el asfalto que se extiende ante mí y, como antaño, pienso que será el último que vea en mucho tiempo, sin embargo esta vez sonrío porque ahora ya sé, que el campo también tiene sus cosas buenas y, entre ellas, está el hombre de mi vida.


martes, 22 de julio de 2014

Información completa de todas mis novelas

¡Buenos días!

Hacía ya tiempo que quería crear esta entrada (y, disculpadme porque tengo otras pendientes como la de la presentación de No reclames al amor... ¡todo llegará!), pero me parecía que ya no podía dejar pasar más tiempo.

A continuación os dejo los links de todas las reseñas, los booktrailers y una entrevista de cada una de mis novelas publicadas hasta ahora. Más adelante lo colgaré fijo en el blog (¡cuando tenga un huecoooooo!), pero de momento las tenéis aquí recopiladas.

NO RECLAMES AL AMOR



ENTREVISTA CON HARLEQUIN. No reclames al amor, obra que participó en el Primer Certamen HQÑ


-¿Qué te inspiró esta historia?
En la actualidad, yo trabajo en una compañía aérea y, durante varios años, desempeñé el puesto de agente de pasaje por lo que conozco el día a día en un aeropuerto y lo duro que puede resultar a veces el trato directo con el cliente especialmente cuando hay retrasos, cancelaciones o cualquier otro problema, así que pensé: ¿y si un momento tan desagradable como cuando le dices a un pasajero que es overbooking desembocase en una relación amorosa? De ahí surgió No reclames al amor y la historia de amor entre Tesa, una joven agente de pasaje, y Miguel, un maleducado pasajero.





-¿Cuál es tu personaje preferido?

Les tengo especial cariño a Tesa, porque a pesar de ser un poco cabezota y estar atada a su rutina, en el fondo es una chica valiente, dispuesta a cambiar, a pelear por lo que quiere y a darle una oportunidad al amor;  y a Miguel porque, aunque no lo parezca al principio, es uno de esos hombres que merecen la pena. Pero mis personajes favoritos son la mamá de Tesa y Simo, pese a ser secundarios, creo que le han dado un toque divertido y especial a la historia. De hecho, varias lectoras me han hecho hincapié en que la madre les ha recordado a sus propias madres.




-¿Por qué hay que leer tu novela?

Porque es una novela fresca y ágil, de las que enganchan, y porque leyéndola podréis conocer un poquito más cómo es el trabajo en un aeropuerto además de recorrer las calles de una de las ciudades más antiguas de los EE. UU.


Booktrailers:

https://www.youtube.com/watch?v=Alzuk1FveVo&list=UUyfmrgxHIStmX3GfjFV3eyg

https://www.youtube.com/watch?v=kq11v03hXCE&list=UUyfmrgxHIStmX3GfjFV3eyg&index=1

Reseñas de la obra: 

EN UN SOLO INSTANTE



ENTREVISTA CON HARLEQUIN acerca de En un solo instante





¿Qué te inspiró esta historia?

Jane Eyre es mi libro favorito y, una tarde, cuando estaba repasando alguno de los pasajes que más me gustan, la historia de  William y Charlotte surgió en mi cabeza. Quería escribir una historia diferente a No reclames al amor, más pasional... La célebre frase de Oscar Wilde terminó por inspirarme.

Además, St. Andrews es una ciudad que me cautivó hace años cuando la visité y por eso decidí que la mayor parte de la trama transcurriera allí.



¿Cuál es tu personaje preferido?

No podría decidirme entre Will y Charlotte, sería como elegir entre mamá y papá. También le tengo especial cariño al ama de llaves, la señora Jenks, su alma de alcahueta desea que ambos estén juntos.

Thomas y Sally, con su positividad y poca discreción, son igualmente dignos de mención. Quién sabe si algún día tendrán su historia...



¿Por qué hay que leer tu novela?

Porque en ella descubriremos a un escritor que nos irritará en extremo al principio pero que, poco a poco, nos mostrará su verdadero yo: una persona que nunca se ha permitido enamorarse. Es una historia con amor, pasión y un poquito de intriga.

¡Espero que todos los que lean la novela la disfruten!


Reseñas:

- En el TwitLonger de @MonicaBooks http://www.twitlonger.com/show/n_1s0sjig
- En Allí donde solíamos gritarhttp://allidondesoliamosgritar-es.blogspot.com.es/2014/05/en-un-solo-instante.html?spref=tw
- En Porque leo lo que quiero: http://porqueleoloquequiero.es/resena-en-un-solo-instante-de-carla-crespo/



Carla Crespo en la Red:
Twitter: @carlacrespouso
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