lunes, 23 de febrero de 2015

Un chicarrón del norte

Buenas noches, quiero inaugurar la reapertura de mi blog con un pequeño regalito para los que habéis leído Una chica de asfalto. Siempre nos preguntamos que pasa con las parejas de nuestras novelas cuando estas terminan, pues bien, yo he querido ir un poquito más allá e imaginarme a mis chicos un poco (solo un poco, jejejeje) más mayores. 

¡No lo leais si todavía no habéis leído mi novela!

¡¡SPOILERS!!

Un chicarrón del norte

Miro a través de la ventana de mi dormitorio y disfruto de sus vistas a la ciudad. Fijo la mirada en el asfalto. Voy a echarlo de menos, aunque sé que esto es lo menos que puedo hacer por esa persona que me ha dado la felicidad a lo largo de todos estos años. Además, si lo hice una vez, puedo volver a hacerlo.
—Chica de asfalto, es hora de irnos ya si no quieres que cojamos tráfico.
Suspiro. Ha llegado el momento y no puedo echarme atrás. A pesar de la tristeza que siento por dejar mi Valencia, sonrío al pensar que vamos a revivir los días en los que nos conocimos y, escuchar a Arturo llamarme chica de asfalto, cuando ya de chica tengo poco hace que sienta un hormigueo en el estómago.
Sí, todavía siento ese hormigueo cuando estoy a su lado. Nunca he dejado de sentirlo.
—Ya voy, cariño.
—Anda, no te pongas que melancólica que volveremos para pasar la Navidad y, en unos días tendrás a los nietos correteando por el caserío.
Hace un mes que cumplí los 65 y me he jubilado. Al no trabajar, ya no había motivo que nos obligase a vivir en la ciudad y mi chicarrón del norte echa de menos los prados y los bosques de hayedos, por no hablar de las vacas, la tranquilidad y los cielos estrellados. Demasiados años en la ciudad para alguien como él. Sé que ha sido feliz por estar a mi lado, pero se lo debo. Se lo debo porque lo dejó todo por mí.
Nuestra nueva vida consistirá en regentar el caserío, el que Miren y Juancho reconvirtieron en casa rural, pues los dos están ya mayores y no pueden aguantar tanto tute y, aunque hay empleados para la ganadería estoy segura de que Arturo se ocupará de ayudar a las vacas a dar a luz, porque le pueden los terneritos. Está muy ilusionado con la vuelta a Navarra. Y yo, como veo ese brillo en sus ojos, también.
—Tienes razón —admito—, en unas semanas los chicos comenzarán las vacaciones y estaremos juntos de nuevo.
Arrastro las maletas hasta la  puerta y bajo las persianas. La casa permanecerá cerrada una temporada. Salimos en silencio y, cuando nos metemos en el ascensor, mi chicarrón me da lo que aquí llamamos una “palmaeta al cul”. Me mira picarón y no puedo evitar que se me escape la risa. A estas alturas de la vida y seguimos así... Somos afortunados.
Me siento en el asiento del copiloto mientras Arturo carga nuestros trastos y repaso mentalmente los acontecimientos que hemos vivido juntos a lo largo de este tiempo: nuestro primer año juntos y separados por la distancia, la boda, el viaje de novios a la jungla de asfalto, la añoranza que Arturo sentía por su tierra,  nuestro primer hijo, la inauguración de una tienda de productos Navarros que montó mi chicarrón, nuestro segundo hijo, viajes, comuniones, graduaciones, alguna que otra enfermedad, las bodas de nuestros pequeños, ahora ya no tan pequeños, la primera nieta  y la llegada de los que vinieron después, la jubilación...
Toda una vida juntos. Con sus buenos y sus malos momentos, pero no ha habido un solo día en que Arturo no me haya hecho sonreír. 
Eso es el amor verdadero.
Se sube al coche y lo pone en marcha. Salimos del garaje, cruzamos la ciudad y salimos a la carretera. Miro el asfalto que se extiende ante mí y, como antaño, pienso que será el último que vea en mucho tiempo, sin embargo esta vez sonrío porque ahora ya sé, que el campo también tiene sus cosas buenas y, entre ellas, está el hombre de mi vida.